Hoy me
encuentro dando gracias por lo vivido en la semana santa, estos días han sido
de servir, orar, compartir, recibir y trasmitir esperanza. El resumen de estos
días santos ha sido para mí la esperanza, la posibilidad de que el amor puede
cambiar hasta lo más imposible. Cuando hay alguien que se compadece de
nosotros, cuando alguien nos ama con todas las consecuencias es posible que
demos los pasos que consideramos imposibles, es allí cuando nuestra vida cobra
sentido y cuando la felicidad no parece una realidad tan lejana; por eso es
necesario abrirnos a ese amor entregado, recibir ese primer paso para nosotros
poder dar ese salto de amor por otros.
He
revivido la realidad de que el mal no tiene la última palabra, que alivio saber
que aquella dificultades que oprimen nuestras vidas en este momento son
pasajeras, que los sufrimientos personales, el rencor, la rabia, los
padecimientos sociales, los dictadores, los sistemas injustos, las crisis
económicas todo eso no es eterno, ni siquiera la muerte. Es que Jesús ha
resucitado y ha vencido todos los males con este acto. Esto parece muchas veces
un refugio, como una fantasía inventada por las religiones para aliviar psicológicamente
el sufrimiento interior del hombre.
Hoy en
el evangelio se nos presentan dos posturas ante la resurrección de Jesús, estas
posturas siguen estando hasta hoy. La primera que menciona es la de las mujeres
que creyeron en el anuncio de la resurrección y estaban muy alegres por esto;
estaban llenas de gozo porque si Jesús había resucitado significaba que: él
tenía razón en todo lo que había dicho, realmente era el Mesías esperado, que
él era el Hijo de Dios, en resumen que su Palabra era cierta. Esta misma
alegría y gozo nos inunda cuando descubrimos que la Palabra de Dios en nuestra
vida es real, que Dios no nos ha defraudado, aunque los caminos que esperábamos
fueran diferentes. El creer en la Palabra de Dios les llevó a estas mujeres a
un encuentro personal con Jesús, se les apareció y les dijo qué tenían que
hacer. A nosotros, cuando creemos en su Palabra, cuando pedimos creer en ella,
cuando imploramos tener fe, se nos aparece también el Señor, aparece claramente
su voz en nuestro corazón, en nuestra mente, somos capaces de verlo en las
circunstancias, en el hermano.
La
segunda postura ante la resurrección es la de los soldados, ellos presenciaron
los hechos del sepulcro vacío y quizás los chicos vestidos de blanco (ángeles)
que anunciaban la resurrección pero ellos no creyeron, tomaron el camino
pragmático, sacaron beneficio del dinero y callaron; los judíos hicieron
explicaciones racionalizadas, esto fue un invento, es imposible que un hombre
resucite; esto no les causo alegría ni un encuentro personal con Jesús, y aún
siguen esperando aquel que traiga la esperanza y la paz a su pueblo.
Debemos
recordar que Dios es el Dios de los imposibles, hace que su Palabra se cumpla,
es el Dios de la vida, aquel que desea que vivamos cimentados en su Palabra, en
su amor, en la fe de que Él cuida de nosotros y que es real lo que nos dice.
Pidámosle vivir con un corazón abierto a la fe, a la esperanza, abierto a la
resurrección, esto es lo que hizo surgir a la Iglesia, lo vemos en la primera
lectura. Esto es lo que abre al hombre a una esperanza radical, a esperar
incluso después de la muerte, si Cristo no resucitó entonces no se puede creer
en él, si no existe la vida eterna entonces somos un ser absurdo porque no
queremos morir y sin embargo morimos, tal como pensaba ese filósofo ateo francés
Jean Paul Satre que el hombre es un ser
absurdo. Por eso pidamos al Señor no vivir en el vacío y en lo absurdo de
un hombre sin fe, pidamos vivir confiando, en su Palabra en su resurrección, en
su amor
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