Seguimos
en el evangelio hablando con Nicodemo y con el debate de la vida espiritual. Me
gusta lo que Jesús le dice a este hombre porque le cuenta lo que Dios ha sido
capaz de hacer para que cada uno de nosotros tengamos acceso a esta vida en el
espíritu, a esta vida divina o como dice Jesús a esta vida eterna; además todo
lo que ha hecho Dios ha sido por amor: Tanto
amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de
los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Todo esto para que
nuestro corazón y nuestro espíritu estén cerca de Dios y por consecuencia
nuestra vida material también esté cerca de él, a través de nuestros actos, de
nuestras decisiones, sentimientos, etc.
Sin
embargo nuestra vida muchas veces está lejos de Dios, pero él no se acerca a
condenarnos o a decirnos lo lejos que estamos, no nos dice lo mal que tratamos
a los otros, no nos echa en cara la injusticia que hay en el mundo, las guerras que existen, los países muy
pobres, las preferencias políticas y económicas por encima de las personas. Como
dice el texto: Dios no mandó a su Hijo
para condenar al mundo, sino para salvarlo; esto es signo de que Dios sigue
apostando por nuestra vida, en un mundo donde hay tinieblas, donde el amor y la
verdad están opacadas Jesús es esa luz que brilla e ilumina el panorama,
ilumina nuestra vida para que nosotros seamos luz en medio de esta oscuridad. Una
luz que me trasmite en cada momento de oración, cada vez que leo su palabra,
que me dirijo hacia él, cada vez que cuido su presencia en mi corazón.
Necesitamos
mucha fuerza para poder ser un signo de esperanza, de amor, de claridad en
medio de la maldad en que vivimos, a lo mejor pensamos que no estamos en una
situación tan desastrosa y precaria pero la luz de Dios se extiende desde mi corazón
al exterior, cuando Él disipa mis quejas, mis insatisfacciones, mis rencores,
allí ya somos transformadores de la realidad. Por eso pidamos no rechazarla, no rechazar su
luz, su palabra, su voluntad; rechazar su Palabra muchas veces se traduce en
desconfiar de su fuerza, en creer que el mal tiene más fuerza, en negociar con
la mentira y la maldad, en no creer en el poder de su resurrección.
Vivir
creyendo en Él es vivir en la verdad, es decir vivir coherentemente en mi
trabajo, es no contribuir con la injusticia, con la corrupción aunque me sienta
muy amenazado, la fuerza de Dios es ésta, la fuerza del amor que nos hace vivir
haciendo su voluntad por encima de las amenazas, ésta es la luz que necesita el
mundo, porque la crisis que experimentamos ahora tiene sus raíces en la crisis
moral, en la corrupción, en los abusos; no es una cuestión sólo de inversionistas
e inmobiliarias, de leyes y de planes de seguridad.
Pidamos
al Señor tener la valentía de los apóstoles en la primera lectura porque aunque
los metieron presos por anunciar el Evangelio, ellos siguieron predicando
cuando el ángel les dio esta orden, no hicieron caso a los miedos ni a las represarías,
hicieron caso a la voz de Dios. Por eso Señor regálanos la fuerza de la
resurrección, la fuerza de tú Espíritu para ser luz en medio de las tinieblas; para
que, a través de nuestras vidas, muchos puedan creer en ti, que eres un Dios de
amor, de vida y de verdad.
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