En el evangelio de hoy se ve
cómo Jesús conoce a sus discípulos, me gusta porque después que ellos le han
dicho que ahora sí estaban seguros, que ahora sí creían en él, que ahora sí
tenían claras sus enseñanzas; él les dice: ¿Ahora
creéis?... está por llegar la hora, mejor, ya ha llegado en que os disperséis
cada cual por su lado y a mí me dejéis solo. Pero no estoy solo, porque está
conmigo el Padre. Me gusta porque Jesús conoce la debilidad que hay en sus
discípulos, sabe que aunque le digan que ya lo tienen todo claro en realidad
les falta mucho camino.
Cuando Jesús dice esto a sus
discípulos nos lo dice a nosotros, él conoce que nuestra flaqueza es grande y
que nuestra mente va más rápido que nuestra voluntad, sabe que no somos de mármol,
de hierro, sino que somos de barro, pero aún así nos amas, nos quieres y sigues
apostando por nosotros, y él nos lo dice para que no nos juzguemos con dureza
cuando caigamos, para que no nos descartemos cuando cometamos un error, ni
caigamos en el pesimismo.
Él nos dice: Os he hablado esto, para que encontréis paz
en mí. ¡Qué bueno esto! Que ya conoces la madera de la que estamos hechos,
que ya sabes que nuestros “sí” y “no” a veces no son muy definitivos o muy
coherentes, ya sabes que nuestros ánimos no son muy estables pues venimos de un
mundo inestable. Por eso en ti encontramos una mano amorosa que nos sostiene y
que nos invita a llegar hasta el final… En nuestro proyecto vocacional, en
nuestras luchas cotidianas para amar y ser coherentes en la fe, en la lucha por
compartir a otros la fe cuando nadie quiere oír hablar de ti o cuando muchos
pierden la esperanza.
Encontramos la paz, encontramos
un soporte para luchar porque tú nos dices: en
el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo. Por eso
puedes ser nuestro pilar, la piedra en la que nos apoyemos para que no nos
arrastre la corriente, es que tú has vencido, nos has enseñado cómo luchar
contra el mal, cómo dejarte llevar por el bien. Has luchado uniéndote al Padre,
dejándote guiar por el Espíritu, teniendo como norma al amor a los demás.
Jesús enséñame a poder abrir mi
corazón y no querer retener mis esquemas de pensamiento, a no querer
controlarlo todo, a no poner los ojos solamente en lo que puedo hacer sino a
fijarme en ti, en tu forma de vivir, a fijarme en las llamadas que el Padre me
hace al corazón, en los impulsos que el Espíritu Santo me da para amar.
Solamente de esta manera
podremos encontrar la paz, la paz del corazón, el amor, el amor verdadero y la
felicidad, la felicidad de amar a los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario