Este fin de semana la Iglesia
celebró la fiesta del Espíritu Santo, el día de Pentecostés. Se celebra el
nacimiento de la Iglesia, el anuncio de los primeros discípulos de Jesús; la
fuerza y el amor de Dios estaba con los discípulos y ellos comenzaron a hacer y
enseñar lo que Jesús les encargó; así que desde aquí empezó a formarse esta
comunidad de fe.
El Espíritu Santo cumple los
deseos de Jesús, los deseos que durante toda la semana pasada fuimos meditando,
deseos de unidad, de continuidad, de permanencia, de amor. Es el Espíritu que
lleva acabo esto en los discípulos, se une la fuerza y el amor de Dios con la
disponibilidad de los primeros seguidores de Jesús.
Ahora comenzamos el tiempo
normal, es decir sin ninguna fiesta grande en especial, ahora somos nosotros
esos seguidores de Jesús, que en nuestra vida cotidiana, cumpliremos los deseos
que Él tiene con nuestras vidas.
El primer deseo que Jesús tiene
es que le sigamos en lo cotidiano, que dejemos atrás aquello que nos aleja de
su voz, lo que nos aleja de las insinuaciones del Espíritu en nuestro corazón. Tal
como le dice al joven rico en la primera lectura: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un
tesoro en el cielo, y luego sígueme. Esto es muy fuerte de digerir, uno
dice ¿cómo le pides eso Jesús?, pero en realidad le pide que deje aquello que
más valora, lo que en su vida es un dios, un ídolo, el dinero.
Hoy Jesús nos pide lo mismo: no endioses a una cosa o a una persona, el
único Dios soy yo, soy la única persona que soy Dios, soy la única que merece
el centro de tu corazón, lo más íntimo de ti, lo más auténtico de tu vida.
Este tiempo es sobre todo para
cultivar la amistad con el Espíritu Santo, con Jesús, para aprender a seguirle
y a dejar las cosas que nos roban el corazón, solamente así tendremos una
herencia en el cielo, la herencia de su amor, de la amistad con él, de una vida
guiada por el Espíritu, de una vida que se siente sostenida en las
dificultades.
Te pedimos Madre a ti que
supiste ser amiga del Espíritu Santo, que supiste poner su voz por encima de
otras cosas, enséñanos a escuchar su voz, enséñanos a ser valientes para hacer
su voluntad y a no dejarnos llevar por nuestras comodidades, nuestros deseos egoístas,
nuestras ganas de ser el centro del mundo.
Gracias Jesús, gracias Espíritu
Santo por apostar tanto por nuestras vidas.
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